Neil Young

En los (¿buenos?) viejos tiempos, el Festival de Rotterdam era conocido como “la ventana al este” de la escena europea de certámenes fílmicos: el lugar donde encontrar los últimos descubrimientos procedentes de China, Taiwán, Corea del Sur, Japón, las Filipinas y sus territorios adyacentes. Desde que el director Bero Beyer tomó las riendas, en la edición de 2016, el evento de 12 días conocido como el Festival Internacional de Cine de Rotterdam (#IFFR) ha mantenido su alcance global de forma admirable. Y aunque el cine del este de Asia sigue ocupando un lugar preferencial, estos días el centro de gravedad parece haberse desplazado unas 10.000 millas hacia el oeste, hacia Suramérica, a Brasil para ser más exactos: la edición de 2018 presenta no menos de nueve largometrajes brasileños (además de varias coproducciones y cortometrajes), incluyendo la excepcional fábula urbana con hombres lobo As boas maneiras, de Juliana Rojas y Marco Dutra, que se llevó el segundo premio del Festival de Locarno el pasado verano.

El año pasado, la competición oficial, que responde al nombre de “Tiger”, desató la fiereza de Arábia de João Dumans y Affonso Uchôa, una road movie política que, a pesar de ser incomprensiblemente ignorada por el jurado del IFFR, sigue deleitando al público internacional y logrando premios importantes. Esto refleja, y pone en el candelero, la impresionante fuerza y profundidad cinematográfica de un país que, en un mundo justo, debería ser una presencia cultural de referencia: es el 5º del mundo en extensión, el 6º en población y el 9º con un producto interior bruto más elevado.

Sin embargo, tras acoger los últimos Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol, Brasil no ha hecho más que protagonizar titulares negativos desde que Michel Temer “se agenció” la presidencia en un controvertido escenario de circunstancias antidemocráticas en el año 2016. Y, de hecho, mientras escribo estas palabras, Fortaleza –una ciudad costera en el noreste del país– intenta recuperarse de una masacre ocurrida en un club nocturno, donde hubo 14 víctimas mortales.

De manera coincidente, el estreno más destacable de los primeros días del IFFR –Azougue Nazaré, el debut en el largometraje de Tiago Melo– procede de la provincia vecina de Pernambuco. El tosco estado rural de Recife ha emergido –gracias a cineastas como Kleber Mendonça Filho (Aquarius)– como un inesperado rival de los más tradicionales centros de actividad como São Paulo y Rio. Mendonça figura como productor ejecutivo en Azougue Nazaré, una película ambientada en Nazaré da Mata, una población de 30.000 habitantes famosa por ser el epicentro del Maracatu, un espectacular fenómeno cultural que combina la danza, el canto, la música y lo ritual. Un recordatorio de que esta parte de Brasil no está tan lejos del espíritu africano, el Maracatu –como la película demuestra de manera bulliciosa– es un elemento capital de cohesión comunal. Y en este contexto, como el primero entre un grupo de iguales que, de forma evidente, incluye a un significativo número de no profesionales, encontramos al monumental y desbordante Vladimir do Côco, un tipo corpulento que exhibe un parecido razonable con Muhammead Ali.

Exudando una genuina presencia escénica, do Côco da vida a un encantador y excéntrico héroe en la piel del sobrepasado Taoi, que escapa de las presiones de su vida cotidiana abocándose con impresionante entusiasmo a la práctica del Maracatu, siempre a través de su alter ego travestido, conocido como Catita. Su pasión por esta danza ritual causa fricciones con su esposa, una devota cristiana, y con su pastor, él mismo un antiguo “maestro” del Maracatu convertido en un predicador evangélico.

Las maquinaciones del pastor y su impacto sobre la vida privada de Taio y Darlene tienen algo más que un aire a telenovela, lo que conforma solo uno de los varios aromas que Melo aporta audazmente a su compleja y vivaz receta. Un trabajo de antropología sensible y empático –que, con la inclusión de unos majestuosos toques sobrenaturales, vibra en perfecta sintonía con el ritmo particular de las localizaciones y los participantes– Azougue Nazaré se eleva de forma consistente gracias a un sentido del humor terrenal y a una joie de vivre encarnada en la forma exterior de su incontenible protagonista. ¡Mágico!